Urgen cambios
Por Gustavo Mares
La fiesta brava mexicana atraviesa por uno de los momentos más álgidos de su historia. Hoy, más que nunca, corre un riesgo real de desaparecer por varios motivos no sólo los ataques antis, que se empeñan en tratar de ‘humanizar’ a los animales sin reparar que el toro de lidia es ganado de abasto para consumo humano y que sin festejos taurinos, es paradójico, desaparecería de la faz de la tierra.
Es menester también que las autoridades en turno, mientras la tauromaquia sea una actividad legalmente constituida, tomen cartas en el asunto para modificar y hacer los cambios necesarios a la legislación taurina, pero más allá de eso, hacer que se cumplan los preceptos para darle garantías al público que paga un boleto y que, tristemente, cada día se aleja más de las plazas de toros.
Puntos que podrían adecuarse hay muchos. Uno de ellos, por ejemplo, el uso de la puya.
La puya que se utiliza en nuestro país es más grande en comparación a la que se usa del otro lado del Atlántico. Es habitual que en nuestro país los toros salgan muy mermados después de su pelea con los montados. Muchas veces con sólo un encuentro, los bureles sangran de manera profusa y no vuelven a ir más al encuentro de los del castoreño.
Si se reduce el tamaño de la puya e incluso se legisla el número de puyazos que un burel puede recibir, la fiesta brava podría salir beneficiada, porque permitiría que el toro mostrara su bravura real con un par de encuentros con los montados algo que pocas veces se puede apreciar y aplaudir porque generalmente apenas en el primer encuentro salen maltrechos y muy lesionados al recibir el ‘multipuyazo’. Además, se reactivaría la rivalidad en quites, siempre emocionante.
En el renglón de la suerte suprema también habría que hacer adecuaciones. Está claro que en nuestro país, después de un pinchazo o acaso par de ellos, la concesión de trofeos desaparece. No habría razón para alargar el momento de la estocada y permitir que, cuando el torero en turno es incapaz de oficiar correctamente con la toledana en un par de intentos, continúe pinchando infinidad de ocasiones. Bien podría regresar el burel a los corrales para ser apuntillado ahí, lejos de la mirada pública.
Para darle certeza al aficionado valdría la pena que las autoridades vigilaran que lo que se ofrece se cumpla. Si son novillos o toros, que tengan la edad reglamentaria y sobre todo, sus astas íntegras, porque cuando saltan al ruedo toros o novillos adelantados y peor aún, con las cornamentas arregladas, el espectáculo taurino pierde su esencia. Lo maravilloso de este apasionante espectáculo es ver a un hombre hacer arte delante de un toro poderoso y en plenitud de facultades, que sale dispuesto a matar al valiente que se le pone enfrente. No quiere decir que un toro arreglado no haga daño, pero sí que la tauromaquia pierde su esencia.
En el caso de las nuevas generaciones de toreros, que hoy más que nunca luchan a brazo partido por abrirse paso por lo escaso de los carteles, sería también positivo que se reglamentara y se vigilara ‘con lupa’ la confección de combinaciones con mayoría extranjera. No por un ánimo xenófobo, sino porque las principales figuras que nos visitan de otros países vienen unas cuantas tardes y se van. No se echan a la espalda el peso de la responsabilidad de toda una temporada a lo largo y ancho de nuestro país. Peor tantito, si en carteles de mayoría extranjera se anuncia a toreros de la línea media del escalafón internacional, qué caso tiene. Mejor darle esa oportunidad a los de casa.
No hace falta ser erudito en la materia para darse cuenta que barruntos de tormenta se posan sobre la tauromaquia mexicana. Ojalá que no se conviertan en un huracán que arrase con todo.
Para finalizar, la pregunta de la semana: ¿Qué cronista taurino nació en la Residencia Oficial de Los Pinos?