El torero valenciano Enrique Ponce, quien ayer en la México le cortó una oreja al toro número cien que enfrenta en el coso grande, mantiene vigente su romance con el público capitalino.
Alfonso Enrique Ponce Martínez, mejor conocido como Enrique Ponce, es un artista del toreo mundial, que deleita la pupila del público mexicano, el cual lo adopta y admira como un hijo pródigo, a la espera de que siempre se presente en ruedos “aztecas”.
Impulsado a la tauromaquia por su abuelo desde los ocho años de edad, el español, nacido el 8 de diciembre de 1971, acumula más de dos mil corridas desde que se convirtió en matador un 16 de marzo de 1990, al tomar la alternativa en Valencia a manos de José Miguel Arroyo “Joselito” y Miguel Báez “Litri” como testigo.
Brilló desde sus primeras apariciones en ruedos ibéricos, por lo cual no tardó en tener su confirmación en Las Ventas un 30 de septiembre de 1990, con Rafael de Paula como su padrino ante el testigo de Luis Francisco Esplá.
Con su buen recorrido en España e incluso en Sudamérica, Ponce y el público mexicano comenzaron su romance el 13 de diciembre de 1992, cuando tomó la alternativa en la Plaza México, primera ocasión que el “Coso de Insurgentes” observó al ahora experimentado torero valenciano; Guillermo Capetillo se convirtió en su padrino, con la presencia de David Silveti.
Amante de su profesión, sin cerrarse a mostrar su arte en cualquier ruedo y a lado de quien sea, es sabedor de sus cualidades para triunfar y sobre todo deleitar.
Muestra de eso es el centenar de corridas por año que como mínimo registró de manera consecutiva entre 1992 y 2001. En 1995 partió plaza en 120 oportunidades, cuando cortó 11 rabos y 174 orejas.
Pero en su corazón también hay espacio para algo más que la tauromaquia, pues el golf, esquí y futbol son otros de sus amores; éste último es su deportivo favorito y se hubiera dedicado a él en caso de no decidir arriesgar la vida ante los astados.
Sin embargo, fueron los toros los que lo enamoraron y su entrega ha sido tal que hasta el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, alguna vez reconoció que “su trayectoria es un compendio de talento natural, esfuerzo, disciplina y autoexigencia desde que era un niño”.
“La vida de Ponce ha estado entregada en su plenitud al toro bravo, un animal al que ama y respeta de una forma desmedida. Quién se iba a imaginar que aquel niño iba a ser quien es actualmente: un maestro del toreo que lleva a sus espaldas una carrera de gloria y triunfos como ninguna”, consideró el peruano.
Destaca en ese largo andar profesional el 6 de noviembre de 2005, con cuatro apéndices y un rabo en La Monumental México, actuación que estrechó más su vínculo con los mexicanos, quienes siempre lo esperan con los brazos abiertos en los ruedos nacionales y especialmente en la plaza más grande del mundo.
A sus 44 años de edad y 25 de alternativa, Ponce permanece vigente en el toreo mundial, siendo Francia, Portugal, Venezuela, Perú, Colombia, España y México algunos de los países que han disfrutado de sus quites, lances, trasteo y faenas en cada oportunidad que se viste de luces.
Y aunque sus presentaciones han disminuido en los ruedos, su clase continúa vigente, haciendo honor al título de su libro “Enrique Ponce, un torero para la historia”, quien siempre ha dicho que jamás dejará de ser torero, pero llegará el día en que ya no vista de luces… Pero mientras llega ese momento, el valenciano continúa inundando con ese arte que atesora los ruedos del mundo entero.