Arturo Saldívar se preparó en la finca de Maravillas

 

El reciente fin de semana a la hacienda hidalguense de El Sauz, donde se encuentra enclavada la dehesa de Maravillas, propiedad de don Alfonso Cuevas, acudió el matador de  toros aquicalidense Arturo Saldívar para llevar a cabo arduas labores de tienta para probar la calidad de cuatro vacas escrupulosamente seleccionadas para la ocasión, según nos lo comenta el colega y amigo Ángel Sainos.

De esta manera, el joven diestro se encuentra en plena preparación de cara al relevante compromiso que tiene este sábado 26 de noviembre en la Monumental Plaza México, por lo que dichas faenas camperas le han servido de mucho para poner a punto su depurada, variada  y elegante tauromaquia.

Así pues, las vacas de sangre española coquilla se prestaron para que Saldívar ensayara su toreo con gusto y gran solvencia, dejando pasajes que auguran una tarde de mucho arte y plasticidad en el coso de Insurgentes.

Al terminar la tienta, don Alfonso mostró su calidad como anfitrión convidando a todos una exquisita comida para comentar las incidencias ocurridas en el tentadero, en tanto que Arturo expresó su deseo de triunfo lleno de ilusión y alegría, propias de su pujante juventud.

En la mesa los jóvenes ganaderos Diana Morales y Alejandro Pérez Cuevas, propietarios de El Candhó, escuchaban atentos las opiniones de los protagonistas de la tienta. Alejandro es sobrino de don Alfonso y representa la cuarta generación de ganaderos en esta familia que por muchos años ha resguardado el secreto de la bravura.

Vale la pena mencionar que, después de muchos años de intensa labor, la sangre de Maravillas está llamando la atención de las figuras del toreo que hacen el viaje al municipio de  Chapantongo, Hidalgo, con el fin de tomar parte en las tientas que se viven con el respeto y ceremonia propias de las ganaderías de antaño, incluso en el momento de poner a las vacas al caballo sin utilizar los capotes y donde se aprecia el toreo y la paciencia del tentador a caballo Cesar Morales, provocando la embestida apenas sonando el estribo y moviendo poco el caballo, momento de verdadera tensión que culmina con las espectaculares arrancadas de tercio a tercio y el murmullo del olé entre los muy selectos asistentes en un instante de pureza y alegría que sólo da la bravura de esta divisa en rosa y morado.