Palabra clave
Por Gustavo Mares
En los albores de la tauromaquia era habitual que en los carteles se anunciara ‘con bombo y platillo’ a los picadores que participarían. Incluso, en ocasiones aparecían con tipografía más grande y llamativa que los propios toreros.
Poco a poco, las formas y modos de la tauromaquia fueron evolucionando.
Antaño, cuando había muchas más personas que ahora atraídas por la fiesta brava, el toro era el eje fundamental del espectáculo. Había un respeto absoluto por el de negro. Los promotores tenían especial atención en la integridad del toro, que en una época quizá no fue tan grande ni aparatoso como el que se lidia hoy día. Pero era mucho más fiero.
Alguna ocasión en el desaparecido programa ‘Toros y Toreros’, que conducía Julio Téllez, el maestro Silverio Pérez –el legendario ‘Compadre’ como se le conocía al texcocano- reconoció públicamente que en la época moderna se ‘torea más grande que antes’. En esa misma entrevista, el ‘Monarca del Trincherazo’ acotó, palabras más palabras menos, que ‘el toro de antes era más fiero’.
Las imágenes de plazas como el Toreo de La Condesa, a reventar, dan cuenta del gran acontecimiento que representaba acudir a una corrida de toros, un espectáculo diferente a todas las propuestas de ocio de cualquier urbe.
La sociedad misma comenzó a evolucionar y poco a poco, sin que nadie se diera cuenta, el concepto de lo que era la tauromaquia comenzó a cambiar.
La palabra clave de la tauromaquia durante muchos años fue ‘emoción’. Esa que se logra de la manera más sencilla –o más difícil según se vea- con un toro hecho y derecho, que imponga miedo a los espectadores y por ende, que le dé gran valor a lo que realiza el hombre vestido de luces que sale a arriesgar la vida ante una bestia furiosa y brava.
En algún momento de la historia, quizá por la modernidad o simplemente por la evolución de la sociedad, el toreo dejó de gravitar en la ‘emoción’ para dar paso a la ‘diversión’. Ahí es donde comenzó el declive.
Se olvidó por completo que el toreo no es un partido de futbol, donde el público sí va a divertirse. El toreo es una liturgia. Un rito que hay que saber comprender. Es la apuesta de un hombre que pone en riesgo su vida para emocionar, no para divertir.
Jamás podrá ser divertido ver a un semejante arriesgar su vida. Nunca. Sin embargo, sí es emocionante.
La Real Academia Española de la Lengua define divertir como ‘entretener’. En cambio sobre emocionar subraya ‘conmover el ánimo’. Ahí radica todo. A una plaza de toros se va a emocionar, jamás a divertir porque para divertirse está el circo.
La emoción en la tauromaquia sólo se puede obtener de dos fuentes: un torero fuera de serie o el toro hecho y derecho.
En nuestro país ha habido épocas doradas con toreros de gran impacto y que al conjuro de su nombre se agotaba el boletaje. En más de una ocasión, si uno observa alguna fotografía o grabación de aquel momento, se daría cuenta que no siempre salía el toro-toro. Pero los coletudos brindaban esa emoción.
Cuando por el paso del tiempo esos toreros dijeron adiós, el toro no cambió, se mantuvo en la línea. Se olvidó una máxima taurina: ‘Cuando el torero va a la alza, el toro va a la baja… pero cuando el torero va a la baja, el toro va a la alza’.
La segunda parte de la temporada mexicana está próxima a comenzar. Ojalá que haya más emoción que diversión en todos los frentes.
Para finalizar, la pregunta de la semana: ¿Por qué este año hay menos novilladas que el año pasado y a nadie le importa?