Recuerdos que abruman
Gustavo Mares
Hace algunos días al pasar por el entramado vial que enlaza Naucalpan, Estado de México, con la Ciudad de México, una lluvia de recuerdos me invadió.
Las primeras imágenes del Toreo de Cuatro Caminos que atesoro son de cuando pasábamos por ahí en familia para visitar a los tíos Julieta y Mario Herros, de la dinastía de toreros.
En aquel entonces la cúpula, que más tarde sería referente para las nuevas generaciones, estaba apenas construida en un treinta por ciento. Y así se quedó durante muchos años.
Tiempo después acudí al escenario cuatrocaminero para presenciar una función de lucha libre. En ese momento, a comienzos de la década de los 80, los alrededores lucían desolados, acaso por ser domingo. Pero los carteles que inundaban las paredes, de lo que seguramente eran algunas fábricas, daban cuenta de la actividad del pancracio.
Sin tener idea que años más adelante mi gran pasión sería la tauromaquia, el inmueble era imponente. Daba la impresión que la obra se había quedado a la mitad.
En los torniquetes la policía revisaba a los parroquianos, que bolsa de pepitas en mano, hablaban sobre determinados gladiadores.
Rumbo al ingreso al ruedo había un vendedor que ofrecía, en una manta en el suelo, máscaras ‘luchadas’ de funciones anteriores. Las había rasgadas y con sangre. El costo en ese entonces, por lo menos para un niño, era inalcanzable.
Al ingresar a las localidades lo primero que llamaba la atención era ese aroma tan particular a tierra mojada, justo como más tarde lo volvería a percibir en las plazas de toros.
Posteriormente, mientras cursaba la carrera en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, gracias a la invitación de mi hoy compadre, Horacio Sánchez Hidalgo Kanchi, conocí el fascinante mundo de la fiesta brava. He de confesar que hasta esa fecha solía criticar el ‘Arte de Cúchares’. Mi debut como aficionado fue en la despedida de la monumental del maestro potosino Curro Rivera en 1992.
Eso me llevó a otros recuerdos. Las lecturas taurinas en las que viví intensamente las tardes de gloria que se escribieron en la llamada época de oro de la tauromaquia mexicana, que tuvo su esplendor en el Toreo de la Condesa, plaza que más tarde vendería sus terrenos para que ahí se construyera una gran tienda departamental, hoy en las avenidas de Durango y Salamanca, en la colonia Roma.
Recordé que la infraestructura del coso de la Condesa se trasladó a Cuatro Caminos, donde se erigió la nueva plaza.
Solía asistir como aficionado a todos los festejos taurinos que se hicieron una vez que la empresa de lucha libre desapareció.
La plaza para corridas de toros fue re inaugurada en 1994 por José María Manzanares padre, Manolo Arruza, Miguel Espinosa ‘Armillita Chico’ y Pepín Liria con toros de Vistahermosa.
Los oles sonaban espectaculares y diferentes, pues no eran habituales las plazas techadas; ya para esas fechas la cúpula estaba completamente terminada.
Hubo prensa que se ofendió porque ‘el sol es parte importante en las corridas de toros’.
Como todo en la vida, el ciclo taurino de Cuatro Caminos concluyó. Posteriormente se dieron algunas funciones de lucha libre y eventos políticos.
Hoy, ese elefante blanco ya no existe. Las vialidades se multiplicaron y en su lugar hay un espectacular centro comercial.
Los recuerdos se esfumaron y seguí la ruta por el periférico para tomar la desviación a Holbein. Pasé a un costado de la Plaza México… y preferí pensar en otro tema.