La evolución del toreo de Belmonte
Por Luis Miguel Martínez
Amigos, para nadie es un secreto que vivimos una época de enorme profesionalismo en el toreo. Los matadores son verdaderos atletas, disciplinados en todos sus aspectos de la vida y salen frente al toro sin dudar a jugarse la piel. Mentalizados y con hambre de triunfo.
Pero fue a inicios del siglo pasado cuando el maestro Juan Belmonte decidió retomar su carrera como matador tomando nuevas ilusiones. Considerando que “la voluntad no puede nada, no se enamora uno a voluntad, ni a voluntad se torea”, pues estaba convencido que debe alimentarse la ilusión. Dice en su biografía que para esa reaparición se preparó físicamente con mucha intensidad: “Con tal ambición de ponerme más fuerte que nunca, hacía toda clase de ejercicios para la reparación. Algo verdaderamente trágico. Cuando me llegó la hora de torear la primera corrida de la temporada no me podía valer. Apenas me movía un poco en la plaza. Me ahogaba y sentía que las fuerzas me abandonaban”. Es decir, el Maestro Juan Belmonte se había sobre entrenado y también en las dietas prácticamente dejó de comer.
Para la tercera o cuarta corrida que toreaba, se celebraba en Sevilla y salió al ruedo “como un cadáver y tuve un gran triunfo a base de torear sin moverme”. Se abría de capa ante el toro y ahí se estaba toreándolo hasta que se cansaba el burel y lo dejaba ir.
Cuando el animal se iba, dice el maestro que liaba tranquilamente la muleta y, con su pasito lento echaba tras él. Pero ¿Torear? ¿Quién ha dicho que las piernas hacen falta para torear? Esta situación provocó una enorme evolución en la historia del toreo. Nos leemos la semana que viene.
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