No es un secreto que la Ciudad de México es un laberinto de historias, donde cada esquina cuenta un cuento. Pero hoy, mis queridos lectores, nos enfrentamos a una despedida amarga: la demolición de la Plaza de Toros La Florecita, ese pequeño pero significativo rincón de la Ciudad de México, que está a punto de ser devorado por el insaciable monstruo del desarrollo urbano. …
La Florecita, fundada en 1966, fue más que una simple arena de espectáculos. Fue un santuario de sueños, pasiones y tradiciones. Aquí, muchos novilleros dieron sus primeros pasos, enfrentándose no solo a toros, sino a sus propios miedos y esperanzas. Fue un lugar donde la bravura, el arte y la controversia se entrelazaban en un ballet de emociones intensas que resonaba con el espíritu de México. La demolición de La Florecita, prevista para 2024, para dar paso a un desarrollo inmobiliario, me parece un golpe bajo a la memoria colectiva de nuestra ciudad.
Algunos dirán que es el progreso inevitable, una modernización necesaria en una ciudad que nunca duerme. Pero, ¿a qué costo? No se trata solo de un edificio que desaparece, es un pedazo de nuestra historia que se esfuma. Aquellos muros han sido testigos de pasiones, de sueños, de un arte que, para bien o para mal, ha formado parte de nuestro tejido cultural. Y ahora, ¿qué nos queda? Un puñado de recuerdos y una tristeza que no se aplaca con la promesa de un nuevo conjunto de oficinas o apartamentos de lujo.
Por otro lado, no podemos ignorar el cambio de los tiempos. La tauromaquia, con toda su historia y controversia, ha ido perdiendo terreno en el imaginario colectivo de una sociedad cada vez más diversa y consciente.
En fin, la decisión está tomada, y La Florecita pronto será solo un recuerdo, una fotografía envejecida en el álbum del tiempo. Sus muros podrán caer, pero los ecos de las ovaciones, los suspiros de tensión y los gritos de júbilo permanecerán en la memoria de aquellos que tuvieron la fortuna de ser parte de su historia.
No puedo evitar sentir una tristeza profunda por esta pérdida. ¿Es este el precio del progreso? ¿La inevitable marcha de una ciudad que parece devorar su propia historia?
La Florecita se va, pero nos deja preguntas y reflexiones. ¿Estamos presenciando la evolución de nuestra cultura o somos testigos de cómo las raíces de nuestra identidad se desvanecen bajo el peso del concreto? La respuesta no es fácil, pero la pregunta es necesaria. Y mientras tanto, La Florecita espera su último suspiro, entre aplausos y silencios, entre la historia y el olvido…