Columna Alternativa: ‘Vera’ e ‘Icon’

‘Vera’ e ‘Icon’

Gustavo Mares

Desde las plazas polvorientas y reverberantes de España hasta los ruedos imponentes de México, el toreo ha tejido una manta de tradiciones y rituales que resuenan con la pasión y el arte de su gente,además de sus tradiciones y creencias. Entre estos, la verónica se alza, no solo como un lance de capote, sino como un ritual cargado de estética, fe e historia.
Todo en el toreo tiene un por qué y una historia. El lance fundamental del toreo recoge su nombre de uno de los pasajes históricos más conocidos de la humanidad y sin tocar el tema de las creencias.
Así pues, desempolvemos los libros y abramos las páginas de la historia religiosa y taurina, que, aunque distintas se entrelazan con la habilidad de un bordador experto. La verónica, ese elegante y arriesgado movimiento en el que el torero, con su capote, realiza un giro lento y preciso frente al toro, debe su nombre a la leyenda de Santa Verónica.
Santa Verónica, según cuentan las escrituras y la tradición católica, fue la mujer que, movida por compasión, se acercó a Jesucristo durante su camino al Calvario y le limpió el rostro con un paño. En ese acto de misericordia, la imagen de Cristo quedó milagrosamente impresa en la tela.
La manera en que Verónica tomó aquel lienzo es similar a la que los toreros presentan la capa rosa para atemperar las primeras acometidas del toro.
De aquí el término ‘verónica’, que etimológicamente podría derivar del latín ‘vera’ (verdadero) e ‘icon’ (imagen), referenciando la ‘verdadera imagen’ de Cristo.
En el ruedo, la conexión es más poética que literal, un tributo a la revelación y al sacrificio. Al realizar la verónica, el torero expone su cuerpo, arriesgando todo por la belleza del arte, como un acto de fe ante la embestida inminente del toro. Es un gesto de valentía que refleja, de alguna forma, el espíritu de la Santa: un encuentro frente a frente con la bestia, un intercambio de energía en el que se busca dejar una huella imborrable, no en un paño, sino en el corazón de los espectadores.
Así, este lance se convierte en algo más que un simple movimiento; es un diálogo entre la tradición y la modernidad, entre el hombre y la bestia, imbuido de un significado que trasciende el ruedo para rozar lo divino. En la verónica, cada torero imprime su propio ‘vera icon’, su verdad, su arte, su riesgo, dando vida a una tradición que sigue vibrando con fuerza en la cultura de pueblos que ven en el toreo una página viva de su historia.
Y ahí lo tienen, un lance que es más que un giro del capote, es un enlace entre fe, arte y valentía, un recordatorio de que en la arena, como en la vida, a veces los actos más simples esconden las verdades más profundas.
Para finalizar, la pregunta de la semana: ¿No es acaso esa la verdadera belleza del toreo y de las tradiciones que nos definen?