Juan Ortega, obelisco a la sencilla naturalidad
Leonardo Páez
No os alarméis, como diría el clásico, que obelisco no es basilisco, ese animal fabuloso que podía matar con la mirada o la pequeña iguana verde de por estos rumbos, sino un monumento en forma de elevado pilar de cuatro caras iguales que convergen en una punta piramidal y engalana avenidas y lugares públicos, por lo menos desde el antiguo Egipto.
¿Por qué obelisco y no un monumento completo en honor del diestro sevillano Juan Ortega, agrónomo de 33 años que en diciembre se arrepintió de casarse media hora antes de la boda? Bueno, porque su tauromaquia, su forma de entender, sentir e interpretar el toreo no requieren de monumentales reconocimientos sino apenas de un esbelto y firme testimonio a su extraordinaria respuesta y defensa de una profundidad y una lentitud categóricas en tiempos de ligereza, velocidad e improvisaciones. Y más si esa respuesta se hace delante de un toro bravo en ancestrales eventos públicos reprobados y prohibidos por el pensamiento único, el consenso de Washington, juececitos untados, animalistas con piel de humanistas y militantes de ocasión, que hay gente para todo.
¿Tanto alboroto por una faena? Es que no fue sólo una faena de dos orejas en la octava corrida de feria en Sevilla, sino la confirmación rotunda de que el arte del toreo puede ser sangriento y exquisito a la vez, enérgico y cadencioso al mismo tiempo, prevenido e inspirado simultáneamente, fugaz y eterno en ese encuentro sacrificial de una estética casi insoportable en su aparente contradicción. Esta magia negra de la lidia es lo que algunos quieren prohibir y otros acabar, unos por ignorantes y soberbios; otros por irrespetuosos y frívolos, instalados todos en un vanguardismo que se quiere consciente en su estrecha comprensión de la vida. Con este Ortega y con el noble Florentino el tempo −ritmo y cadencia de ambos− se fusionó, trasladando el tiempo humano a un tiempo atemporal.
Además de naturalidad y sencillez al límite en la delicada tauromaquia juanorteguiana, ¿qué otras enseñanzas deja esta feria de abril en Sevilla 2024 a los países que se pretenden taurinos? Que el proteccionismo de sus toreros se justifica por la intensa competitividad de muchos de ellos, incluso figuras y otros en vías de serlo. Esta ocasión en La Maestranza se presentaron y desplegaron pundonor, maestría y casta diestros que aquí sólo vienen a tentar de luces o a la hora del recreo. Por eso acá necesitamos importar diestros para medio meter a la gente; allá, no. Con los que tienen, se llenan las plazas a pesar de zancadillas y taurineos.
Hablo de toreros como Miguel Ángel Perera, Sebastián Castella, Daniel Luque o Emilio de Justo, por citar algunos, que en Sevilla y en la mayoría de las ferias españolas saben refrendar su sitio y pelearle las palmas, en serio, a sus pares y a los que vienen empujando. En el México taurino falta estimular una atmósfera de intensidad y compromiso que desate los demonios que cada espada lleva dentro frente a toros con edad, trapío, exigencia y, a veces, clara embestida con transmisión. Mientras las empresas de acá no abran el abanico de oportunidades y sigan apostando por el manso de prestigio y por los cuates, seguiremos importando.
En Aguascalientes, en plena feria, un grupo de comunicadores, fotógrafos y cronistas, no siempre a favor de la empresa, sino de la fiesta, reclama al ayuntamiento que se les niegue la acreditación para el callejón porque ya está saturado. Hombre, saquen a los amigos y habrá espacio de sobra. Pero la relación empresa-autoridades-comunicadores de prestigio, data de años.