El mundo de la tauromaquia es más raro que el de Alicia en el País de las Maravillas.
Ahora mismo, la Espada de Damocles pende peligrosamente sobre la fiesta brava de nuestro país, porque una de las primeras asignaturas de los nuevos legisladores será el de definir el rumbo que tome este espectáculo.
Con la presión encima, todas las miradas apuntan a la Plaza México, porque es el ‘corazón’ que hace latir el toreo en el país. Aunque hay escenarios de gran relevancia, el peso del coso de Insurgentes sólo se compara con Las Ventas de Madrid y la Real Maestranza de Sevilla.
Por eso llama la atención el arranque del serial de corridas de toros, que sustituye a la Temporada Grande.
A diferencia de las novilladas, que comenzaban pasado mediodía, los festejos mayores se llevan a cabo por la tarde, justo a la hora en la que Tláloc se hace presente
La respuesta del público era previsible. La latente amenaza de lluvia y lo modesto de esta primera combinación repercutió en la taquilla.
Otra cosa distinta es lo que sucedió en el ruedo. Los cuatro toreros que pudieron actuar no se guardaron nada e incluso expusieron de más.
El viento, la lluvia que fue en aumento y la catadura de los toros puntales de San Marcos pusieron a prueba el temple de los alternantes, que aprobaron el examen.
Sin embargo, el esfuerzo de los alternantes se vio opacado por diferentes circunstancias. El zacatecano Luis Ignacio Escobedo, quien confirmó tuvo la mala fortuna de que su burel salió de toriles con un pitón flojo. A cada paso era evidente que el cuerno no estaba al ciento por ciento lo que se confirmó tras la suerte de varas.
Con el pitón flojo, sin llegar a despitorrarse, la lidia continuó porque por reglamento. Una vez picado el burel no se puede regresar a toriles. Los aficionados y profesionales se percataron del defecto, sin embargo, ni organizadores ni autoridades hicieron algo al respecto y los paganos fueron los pocos aficionados y el diestro en turno.
El padrino fue Pepe Murillo, quien salió como primer espada, pero se fue al hule con una cornada, no grave,de tres trayectorias en el muslo derecho.
Debido a que Murillo cayó herido, el segundo espada Juan Luis Silis tomó las riendas -también como lo indica el reglamento taurino vigente- como primer espada.
Tocó su turno y se soltó un torrencial aguacero que hizo buscar cobijo a los pocos aficionados. Silis se jugó la vida, casi en solitario, bajo una lluvia que dejó convertido el ruedo en un lodazal. De repente, por el sonido local, el juez de plaza dio a conocer que el festejo se suspendería. Poco después, el juez de callejón le preguntó al primer espada si había inconveniente, a lo que el de Iztacalco señaló que esa decisión debería consensuarla con Angelino de Arriaga y Juan Pedro Llaguno, que eran los siguientes en salir al ruedo. Pero el aviso estaba hecho.
En una sola tarde el reglamento se manejó al antojo.
En España, el primer motivo a tener en cuenta bajo un aguacero es el de velar por la seguridad de los actuantes. Pero eso el domingo no ocurrió.
En la actualidad, muchas plazas de toros colocan una lona gigante para cubrir el ruedo y evitar inundaciones. A diferencia de otras épocas, el drenaje de la México quedó sobrepasado, acaso por las adecuaciones que se hicieron al ruedo para el partido de exhibición de tenis.
Para finalizar, la pregunta de la semana: ¿De haber sido un cartel con figuras, que habría pasado con el toro defectuoso y la suspensión?