Casas de apoderamiento en México acabarán con la fiesta: aficionado
Leonardo Páez
Imposible proteger a los animales de otros animales. Es una de las muchas frustraciones de los animalistas, empeñados en rediseñar la naturaleza de acuerdo con sus miedos, con el pavor de sus fobias y el absurdo igualitarismo de las especies. En todo caso, los camarones nunca sabrán que existe la salsa de tomate.
Escribe Alberto Alcocer, un aficionado pensante: “Díganme amargado, chufla, malinchista o lo que les salga del forro, pero hace ya mucho tiempo lo dije: las casas de apoderamiento en México acabarán con la fiesta. Todo empezó con un novedoso proyecto llamado Tauromagia, en 2001; mucha gente de buena voluntad se unió entusiasmada al proyecto, salieron unos cuantos matadores con mucho futuro (tanto, que después de más de 20 años siguen toreando), pero los de arriba se dieron cuenta de lo lucrativo del negocio y se acabó la rivalidad, empezaron a torear sus toreros, los consentidos (el porqué sólo ellos lo sabrán), dejando en el camino a tantos con posibilidades fuera de la jugada, que alguno (para mí el mejor de ellos) acabó trágicamente por esa falta de oportunidades; llegaron nuevas casas y los intercambios entre ellos.
“Me dirán que la fiesta gira alrededor de su majestad el toro y los figurines extranjeros exigen toritos sin puntas y sin casta, pero no, señores, lo que ha pasado con la cabaña brava mexicana es culpa de los de aquí, de los que han hecho esta fiesta de mentiras, fiesta que para muchos nuevos aficionados es la que hay y así van a las plazas, mismas que se han empezado a quedar sin los viejos aficionados y pronto sin los nuevos, aburridos de ver siempre lo mismo.
“Me dirán: ‘¿qué en España no es lo mismo, no están los Lozano, los Matilla, los Chopera, los Casas, etcétera, y el monoencaste Domecq?’ Sí, pero allá la fiesta es una industria y año tras año sale un torero que interesa (por ejemplo, la novillera Olga Casado, aún no debuta con picadores y ya todo mundo habla de ella, o Marco Pérez, por sólo nombrar a los más recientes), y hay rivalidad. Sí, siempre torean los mismos y el mismo encaste, pero de pronto llega uno que se ha partido el lomo, matando de todo y se les cuela. Allá hay bolsines, concursos de escuelas, festivales, novilladas con y sin picadores, y de cada pueblo en el que haya un prospecto, novillero o matador, la afición lo apoya, lo acompañan, lo ayudan. Aquí a la mayoría ni en su propio lugar de origen los acartelan.
“Y me da una pena tremenda ver cómo muchachos con futuro de verdad se van quedando en el camino, la falta de visión de las empresas, al ver que incomoda a sus toreros, los van dejando de lado. Ejemplos tengo muchos. Allá los toreros viven por y para el toro, buscan, pelean un lugar, unos pocos llegan, pero llegan pisando fuerte y mantienen la fiesta viva. Aquí la inmensa mayoría viven relajados, sabiendo que estén como estén volverán a torear, y muchos otros, con sueños guajiros, saben que aunque estén bien va a estar cabrón que vuelvan a torear pronto. Sumémosle a esto el postureo en redes sociales y los usuarios de éstas que creen que la fiesta es así.
Quizá soy un amargado, pero extraño la fiesta de mi niñez y mi juventud, cuando había rivalidad. Dirán que eran tres los que mandaban, sí, pero qué tres y cuántos se hicieron a su lado, cuando las tientas eran un ritual y no una pachanga, cuando los novilleros metían gente a las plazas y esperábamos con ansias su alternativa, cuando al toro había que poderle y se apreciaban lidias extraordinarias, como las del maestro Mariano Ramos. La última muleta poderosa que vi en México fue la del maestro Eulalio López y era una gozada verlo con toros bravos y complicados, remata Alberto Alcocer.