El Renacer de ‘Chilolo’, del Abismo a la Luz; torea el 25 en Xalostoc

GUSTAVO MARES

En el mundo de la tauromaquia, en el que la valentía se mide en cada lance y la vida pende de un hilo de capote, pocos relatos conmueven tanto como el de Guillermo González ‘Chilolo’.

El matador de toros, de 51 años de edad, emerge de las profundidades de la adversidad como un ave fénix, listo para volver a sentirse vivo en el albero.

Tras una prolongada ausencia del ojo público, ‘Chilolo’ regresará a los ruedos en un festival taurino programado para el 25 de octubre en el Cortijo San Judas Tadeo de San Pedro Xalostoc, Estado de México. Allí compartirá créditos con los matadores de toros Ricardo Adrián, Valente Alanís y Luigi Mercury, junto a los aficionados prácticos Carlos Gracias y Hugo Cabrera, para lidiar un encierro hidalguense de Huichapan.

RESILIENCIA QUE INSPIRA

Su historia no es solo de toros y triunfos, sino de caídas profundas y una resiliencia que inspira. “Toqué fondo. Me perdí en las adicciones, perdí a mi familia, a mi madre. Todo. Al mismo tiempo mi salud mermó considerablemente y llegué a pesar 4o kilogramos”, comparte ‘Chilolo’ con una voz serena, marcada por el peso de las cicatrices invisibles.

Este testimonio revela un capítulo oscuro que lo llevó al borde del abismo, pero también ilumina el camino de redención que lo ha traído de vuelta.

Aunque no es hombre de celebrar fechas específicas, el torero atribuye su regreso a la persistencia de colegas que creyeron en él. “Gracias a la insistencia de los matadores de toros Ricardo Adrián y Valente Alanís es que me decidí a torear este festival”, confiesa.

LA DUPLA ‘CHILOLO’-‘CHILOLÍN’

En el ruedo, ‘Chilolo’ formó una dupla legendaria con su hermano José Antonio González ‘Chilolín’, quien ascendió hasta convertirse en empresario de la Plaza México. Juntos sumaron innumerables festejos en provincia, impulsados por la infraestructura que ‘Chilolín’ adquirió: plazas portátiles, ganadería y toros propios.

“Con el paso del tiempo ‘Chilolín’ logró hacerse de plazas de toros portátiles, ganadería, toros. Tenía toda la infraestructura para bajar costos y dar festejos en todo el país”, recuerda con nostalgia.

“También tenía torero, porque afortunadamente los aficionados me querían ver”, añade, evocando esa conexión con el público que lo convirtió en líder del escalafón años atrás.

Sin embargo, la vida, caprichosa como un toro bravo, fracturó esa hermandad. “Creo que hubo un momento en que no valoré todo lo que la vida me dio y lo perdí. Incluso la relación con ‘Chilolín’ se fracturó y nos dejamos de hablar muchos años, alrededor de quince. No podía superar que antes se enfocara en hacerme torero y tras romper relaciones me llegó a quitar de alguna tarde que ya estaba puesto en la México”, admite con honestidad cruda.

DURO PROCESO

La sanación llegó tras un proceso interno profundo. “Tuve que vivir todo un proceso de sanación interna para darle un abrazo”, comparte González, quien aún en 2017 sumaba festejos esporádicos. Pero el golpe definitivo vino ese año: “Ese año de 2017, en agosto, me pidió ‘Chilolín’ que actuara en un festival y en diciembre murió mi madre. Ahí se vino todo abajo”. La depresión lo arrastró al alcohol, complicando su salud con problemas de azúcar.

“A partir de ese momento me tiré muy fuerte al alcohol, lo que me generó problemas con el azúcar. Para olvidarme de todo porque era muy duro para mi un domingo a las cuatro de la tarde, me daba mucha depresión, decidí irme al sureste mexicano, pero allá me enfermé de neumotitis, lo que me llevó al hospital”.

“Salí del sanatorio con apenas 40 kilos de peso. Me decían los doctores que tenía ‘un pie en el hoyo y otro en una cáscara de plátano’. Afortunadamente la libré”, relata con la entereza de un superviviente.

Su recuperación fue paulatina: caminatas que se convirtieron en trotes, y en lo mental, un grupo de autoayuda que curó heridas del alma.

ALIENTO DEL ALMA

En lo taurino, el impulso vino de Adrián y Alanís. “En lo estrictamente taurino fue gracias a los diestros Ricardo Adrián y Valente Alanís, quienes me impulsaron a torear. La primera vez que regresé al campo bravo me sentí vivo y apenas pegué un muletazo”.

“Más tarde regresé a una ganadería y pegué una tanda. Es cuando te das cuenta que no necesitas mucho para ser feliz. En lo particular me doy cuenta que el toreo es para mí un alimento del alma”, concluye el torero, que marcó una época ‘por la libre’.

El diestro Guillermo González es un claro ejemplo que, en la vida como en la plaza, las cornadas más duras forjan a los más grandes.

Este regreso no solo emociona a los aficionados, sino que simboliza la fuerza humana ante la adversidad, un testimonio vivo de que el ruedo interior puede ser el más desafiante.