Foto NTR TOROS|MANOLO BRIONES
En el calendario taurino mexicano, no todas las tardes dejan huella eterna. Pero este fin de semana en Mérida, bajo un cielo que parecía conspirar contra la fiesta, se escribió un capítulo que trascenderá generaciones. No fue una corrida más; fue el renacer de una plaza legendaria, el sureste mexicano latiendo de nuevo con el pulso del toreo auténtico.
Y en el centro de todo, un joven de 18 años, Marco Pérez, indultando a “Feliz Aniversario”, un toro de Begoña que encarnó la bravura en su máxima expresión.
Hacía ya varias décadas que no se le perdonaba la vida a un burel bravo en aquellas tierras.
En el año de 1988, el diestro salmantino David Silveti, indultó a ‘Lunero’ de la ganadería de Sinkehuel. Hace ya 37 largos años.
No exagero al decir que esta jornada marcará un antes y un después. La nueva gestión de la plaza enfrentó obstáculos que habrían desanimado a cualquiera: cambios de horario, críticas veladas, desinformación orquestada e incluso sabotajes desde rincones taurinos que prefieren el statu quo al progreso.
Sin embargo, cuando hay visión y compromiso genuino, los contratiempos se convierten en catalizadores.
La entrada no fue un lleno absoluto —las circunstancias lo impedían—, pero fue decorosa y, sobre todo, cargada de ilusión. El público acudió no por obligación, sino por fe en el toreo verdadero. Y el ruedo les devolvió con creces esa confianza.
El encierro de Begoña fue un ejemplo de seriedad: toros bien presentados, con fondo y variedad, que pusieron a prueba el oficio de los espadas. Sergio Flores abrió plaza con “Seis Décadas”, un astado exigente que demandaba inteligencia y poder. El torero respondió con una faena estructurada, templada por ambos pitones, culminada en una estocada entera que le valió la primera oreja de la temporada.
Diego San Román, con “Temple de Acero” y luego “Apasionado”, mostró raza ante toros sin transmisión, ligando series de poder y cerrando con bernardinas ajustadas; su madurez fue palmaria.
Flores regresó con “Visionario”, un complicado que se apagó pronto, pero extrajo muletazos valientes y dio una vuelta al ruedo merecida.
Marco Pérez, en su lote, ya había insinuado su sensibilidad con “Gran Corazón”: verónicas iniciales, quite por navarras y una faena de temple profundo que le granjeó una oreja de peso.
Pero el clímax llegó con “Feliz Aniversario”, número 101, bajo un aguacero torrencial que no amilanó a nadie. El toro embistió con nobleza, ritmo y clase; Pérez lo interpretó como pocos: muleta baja, series largas, hondura por izquierda y mando por derecha.
Cada pase fue una lección de cadencia y verdad, culminando en un clamor unánime que forzó el indulto. El juez lo concedió, y el astado regresó vivo a los corrales. Pérez, entre lágrimas, dio la vuelta al ruedo consciente de su hazaña: un momento irrepetible que justifica toda una vida dedicada al toro.
Esta noche no solo fue arte; fue reivindicación. En un México donde la tauromaquia enfrenta embates constantes, Mérida demostró que, con seriedad y respeto al toro bravo, la fiesta sigue viva y capaz de emocionar.
El indulto de Pérez simboliza el puente entre el pasado glorioso —aquellos años 60 de leyenda— y un futuro esperanzador. Es un mensaje a los escépticos: la tauromaquia no muere mientras haya toreros como estos, ganaderías como Begoña y aficionados dispuestos a empaparse por ella.
Mérida ha renacido. Que esta página inspire a otras plazas. Porque en el toreo, como en la vida, la grandeza nace de la adversidad. ¡Viva la fiesta brava!




