Por El Viejo Gruñón
La Fiesta Brava en México, un pilar de la identidad cultural para muchos, enfrenta un horizonte turbulento. La reciente decisión de la Corte Constitucional de Colombia, que ratificó la Ley No Más Olé y prohibió las corridas de toros, cabalgatas, toros coleados, corralejas y peleas de gallos, es solo la última señal de una tendencia global que cuestiona las prácticas que implican sufrimiento animal.
Este fallo, que prioriza los derechos de los animales sobre las tradiciones culturales, se suma a prohibiciones en países como España (en regiones como Cataluña), Ecuador y varias ciudades latinoamericanas, encendiendo las alarmas sobre el futuro de la tauromaquia en México.
En nuestro país, la Plaza México sigue siendo un bastión de la Fiesta Brava, pero no está exenta de desafíos. Las protestas de colectivos animalistas han ganado fuerza, y la presión por legislar contra el maltrato animal crece en el Congreso.
Aunque la tauromaquia sigue atrayendo a miles de aficionados, como se vio en el reciente mano a mano entre José Sainz y José Mauricio en Charcas, o en la osadía del novillero colombiano Maikel Ramírez, la narrativa global de defensa animal pone en jaque su legitimidad.
La pregunta no es solo si México resistirá esta ola, sino cómo adaptará su tradición a un mundo que exige ética y sostenibilidad.
El futuro de la Fiesta Brava dependerá de su capacidad de reinventarse. México podría aprender de experiencias como la de Portugal, donde se practican corridas sin sangre, o implementar medidas de reconversión cultural, como las propuestas por Colombia para las comunidades taurinas.
Toreros como Uriel Moreno “Zapata” y jóvenes como André Goncalves muestran que la pasión por el toreo sigue viva, pero la tauromaquia debe dialogar con la modernidad. Si no, el eco de “No Más Olé” podría resonar pronto en suelo mexicano, dejando a la Fiesta Brava como un recuerdo de otros tiempos.



