CICATRICES, por la matadora de toros HILDA TENORIO

Cicatrices

Por Hilda Tenorio, matadora de toros

 

El otro día transcurría el tiempo esperando no sé que cosa, y cuando esto sucede, te inventas cualquier excusa para matar los minutos y las horas. Mi excusa de ese momento, fue mi rodilla.

Si, leyó usted bien: mi rodilla. Mi rodilla, no es una rodilla cualquiera, vale mucho más de lo que se pueda imaginar. Hablando en términos monetarios, las seis operaciones que tiene han costado mas de seiscientos mil pesos, más la rehabilitación de años… la cuenta se me sale de las manos.

El tiempo invertido en sus cuidados bien lo vale, mi rodilla me lleva a donde yo quiera, y lo bueno es que tengo dos. Pero al mirar mi rodilla, la verdad es que no pensaba en todo eso, más bien veía las cicatrices. Toda operación deja una cicatriz, o más, y ya se imaginará usted que después de seis operaciones en aquella diminuta parte de mi cuerpo, aquello parece un mapamundi mal trazado.

Comencé a pensar en el objeto de las cicatrices y en si han valido la pena, pues aparte de las 6 operaciones de rodilla, completo ocho cirugías incluyendo una ruptura de tendón de Aquiles que me deja una hermosa costura de 15 centimetros, más una cornada que me deja una bella línea de 37 centimetros en el lado izquierdo de mi cara, comenzando desde la comisura del labio.

Y así, haciendo el recuento de mis cicatrices y su razón de ser, fui a dar con parte de la filosofía japonesa. Resulta que los japoneses practican el Kintsugi, que más que una técnica es una filosofía de vida, ya que se trata de resaltar las imperfecciones de un objeto valioso, como un jarrón cuando se rompe, reparándolo, rellenando y uniendo sus pedazos con oro.

Al reparar una pieza que tiene una historia, ellos enaltecen la zona dañada porque saben que se vuelve más hermosa; esto es, que en lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que se han convertido en la parte mas fuerte de la pieza. Ellos creen que cuando algo ha sufrido un daño, tiene una historia que lo hace más bello, y lo mismo ocurre con los seres humanos; todo lo que hemos pasado, enriquece y engrandece nuestra vida, pero depende de nosotros elegir pintar nuestras batallas con oro y hacerlo hermoso, o simplemente dejar roto, agrietado y sin reparar.

La sociedad en la que nos desenvolvemos, nos ha enseñado a disimular las grietas, a mostrar nuestros aspectos sin fisuras, pero esto no es auténtico, igual que las arrugas o las canas, nuestras heridas nos acompañan, y esto es lo que somos. Mi cicatriz enorme de la cara, la llevo con orgullo, es una insignia de honor, como si dijera al mundo: ¡mira lo que me ha pasado! Me ha convertido en lo que soy ahora y puedo superar todo lo que la vida me ponga delante. Aunque les confieso que antes la pensaba mucho para ponerme falda o short, hoy sé que nadie ha tenido una vida perfecta y nadie nunca la tendrá, pero que sólo depende de nosotros si elegimos pintar de oro nuestras piezas rotas y hacerlas hermosas, porque a veces se necesita estar roto para convertirse en una nueva versión de ti mismo.

¡Que Dios reparta suerte!

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