COLUMNA ALTERNATIVA: PAGA TRIBUTO

PAGA TRIBUTO

Por Gustavo Mares

El festejo celebrado el pasado fin de semana en el coso grande tuvo momentos interesantes, pero que para muchas personas pasaron de noche porque tal vez no supieron valorarlos en su justa medida.

Uno de estos pasajes fue el que escenificó durante la faena de muleta Diego Silveti con su segundo.

Después de que un sector del público se metió duro con él y se puso de parte del de Villa Carmela, el guanajuatense se dio a la labor de torear por bernardinas.

El toro, desde hacía tiempo, había dado muestras de que se ceñía peligrosamente y que estaba desarrollando sentido. Fue evidente que Silveti se había percatado de ello.

Se veía venir la voltereta… o la cornada. El toro lo había cantado. El propio Diego ya se había dado cuenta de ello, pero aún así se plantó con firmeza para torear por alto.

Poco antes de que el burel acometiera, llegaron a la mente de este reportero, las imágenes que hace apenas unos días antes había vivido con el guanajuatense que ensayaba su tauromaquia en el claro del Bosque de Chapultepec.

Aquella mañana en este bonito ‘pulmón’ de la Ciudad de México se acordó una entrevista.

Diego entrenaba de muleta. Lo hacía solo, sin que alguien le  embistiera. Realizó una faena completa y justo en las postrimerías del trasteo se dio a la tarea de ensayar las bernardinas.

El destino situó a este reportero justo detrás de Silveti, cuando el guanajuatense, con la figura erguida, con calma y sin prisas, como el sacerdote que se toma su tiempo para llevar a cabo la liturgia, se pasó la muleta por la espalda. Suspiró y citó al toro imaginario. Pasó el engaño un par de veces de un lado a otro detrás de la espalda para después vaciar por alto.

No había toro. Era únicamente el diestro que practicaba. Pero en ese momento surgió la magia del toreo. Algo pasó pero cuando citó al burel imaginario, el momento fue angustioso.

Sólo ellos, los que visten de luces, saben lo que debe sentirse en esos momentos con el toro de verdad. Qué angustia.

Inmediatamente volví a la realidad y Silveti ya citaba con la voz al toro que acometía. Se intuía lo que sucedería después.

Y sí, llegó la dura voltereta con cornada incluida. Dicen algunos autores que la mayoría de las cornadas son errores de los toreros. La que sufrió el pasado domingo en la México Diego Silveti no fue un error. El torero ya sabía lo que iba a suceder, pero no quería pasar desapercibido y decidió ‘pagar el tributo’ a pasar inadvertido.

Va a sonar descabellado o a ‘locura’ para las nuevas generaciones, pero los toreros bragados, ‘como los de antes’, cuando sabían que el triunfo por el corte de orejas no llegaría, solían hacer eso que el domingo realizó Silveti. Jugársela a sabiendas de que la cornada es inevitable. ¿Qué tan grave? Sólo Dios. Pero aún así toman el riesgo.

El enrazado guanajuatense se levantó y el boquete a través de su media izquierda era evidente. Pero el torero no se inmutó. No se fue por el ‘camino fácil’ de vender la lesión, de cojear y hacer rictus de dolor mientras intenta torear. No. El salmantino hizo todo lo contrario, o mejor dicho, no hizo nada que permitiera saber que iba calado. Lo delataba la hemorragia.

Con la hombría que sólo los que visten de luces tienen, Diego volvió a la cara de su enemigo para torear por bernardinas, más angustiosas que las primeras.

Pasado el trago amargo, por su propio pie marchó a la enfermería y ni por un instante se quejó. Eso sólo se ve en una plaza de toros. Más allá de las orejas que se pudieron haber cortado, la magia del toreo radica en los momentos que se quedan grabados en la mente del aficionado. Una faena, un muletazo, una actitud. Algo que vio el aficionado desde la comodidad del tendido, pero que sabe que pocos serían capaces de realizar.

Para finalizar, la pregunta de la semana: ¿Qué diestro tlaxcalteca se prepara para reaparecer y llevar a cabo una temporada del adiós?