Todos salen a hombros en Bogotá

BOGOTÁ, Colombia.- Cierre de lujo tuvo la temporada bogotana de 2020 con una estelar tarde en la que se cortaron siete orejas, incluidas dos simbólicas del sexto de la tarde.

Así Sebastián Castella, Andrés Roca Rey y Juan de Castilla, junto a la ganadería de Juan Bernardo Caicedo, escribieron una de las páginas más importantes de los últimos tiempos en el albero bogotano, ante una plaza casi llena.

FICHA DE LA CORRIDA

Toros de Juan Bernardo Caicedo. Ovación al primero, vuelta al ruedo al segundo, manso el tercero, silenciados cuarto y quinto e indulto al sexto. Se lidió un séptimo de nota baja.

Sebastián Castella, malva y oro. Espadazo y dos orejas. Espadazo y palmas, para despenar a un toro que se malogró en el curso de la faena. Dos pinchazos y entera al séptimo, palmas.

Andrés Roca Rey, tabaco y oro. Espadazo, descabello y dos orejas. Pinchazo y entera. Palmas.

Juan de Castilla, blanco y oro. Espadazo en lo alto y oreja. Dos orejas simbólicas.

LA SANTAMARÍA COSECHA UNA TARDE INOLVIDABLE EN EL ADIÓS DE SU TEMPORADA

La Santamaría de Bogotá le supo decir adiós a su temporada 2020 en letras de molde de los protagonistas de su última tarde, todos a hombros ante una plaza entregada.

Sebastián Castella (dos orejas), Andrés Roca Rey (dos orejas) y Juan de Castilla (tres orejas, dos de ellas simbólicas), junto al ganadero Juan Bernardo Caicedo se marcharon en olor de multitudes tras casi cuatro horas de emociones.

El prólogo de gala estuvo a cargo en el primero de la tarde por parte de Sebastián Castella, quien, a las verónicas templadas y largas, sumó chicuelinas tan apretadas como toreras.

Pero el toro, muy bien hecho, debió ser devuelto al malograrse una de sus extremidades anteriores.

Pero como si nada, Castella repitió la obra en el toro bis, esta vez rodillas en tierra, para poner ídem la plaza. Más aún en el quite siguiente, honor al mismo Chicuelo.

Y con pies firmes y de adentro para afuera, el francés inició la faena. Con suavidad y en desafío al viento, las primeras tandas de derecha calentaron aún más el ambiente, con un toro dispuesto y noble.

Por el pitón izquierdo hubo que apurar más al enemigo y luego el torero de Beziers se mojó los dedos con el estoque. Dos orejas.

Puesto ese listón, no tardó en responder Andrés Roca Rey frente al castaño segundo de la tarde, con un capote de mando y poder que ratificó enseguida en los medios con quite marcado por la emoción, la misma que el toro imponía en La Santamaría, de arriba abajo.

A partir de ahí, una vela en el ruedo vestida de tabaco y oro. Y una sola cadencia, la del arte, encadenada a la lentitud y a la profundidad como en ese ramillete de naturales que no se marchitará en años.

Y para acompañar el cuadro, la enorme calidad del toro y el cierre con las bernadinas tocó el cielo azul de ovaciones incomparables. Espadazo, descabello y dos orejas. Vuelta al ruedo al toro.

Juan de Castilla quiso responder en el tercero, más bien reservón en el capote y bravo en el caballo, hasta propiciar tumbo.

Dos muletazos, largos, calaron en los viejos aficionados. Los mismos que le agradecieron ponerse en donde había que hacerlo para que el toro no se rajara más de lo que quería de por sí hacerlo. Espada de colección y oreja.

La segunda parte abrió con un terciado ejemplar que hizo las veces de cuarto de la tarde. Tardó este en enterarse. Pero Castella se hizo cargo de esa condición para mejorarla y en un paréntesis llegó a escena Wilson Chaparro El Piña para decir adiós a su tarea de 35 años como subalterno, con tres pares en lo alto y música como compañía.

Otro volcán hizo erupción enseguida, Sebastián Castella en clave de sin límites.

Pero la imprevista lesión en una extremidad anterior del toro canceló el que prometía ser otro de los capítulos de una tarde ya célebre a esa altura. Espada entera y palmas.

El quinto galopó con alegría al entrar en materia, aunque Roca Rey quiso lucirse en el capote y, luego, en la muleta, el de Caicedo presentó problemas motores que conspiraron contra los arrestos que parecía tener para embestir. Obligado a abreviar, el torero peruano igual dejó una vez más el sabor a figura.

En el sexto, Juan de Castilla comenzó por arriba con un capote inmaculado. Dejaron crudo al ejemplar y esa pareció ser fórmula adecuada para que tuviera más duración y entrega.

De Castilla partió con la muleta por abajo y el toro supo hacer eco de esa propuesta. Las tandas tuvieron emoción y largura.

Entonces, la corrida volvió en sí, tras un bache y las pausas sirvieron para dar mayor valor a cada suerte.

Asomaron luego los pañuelos para pedir el indulto de Talentoso, número 63 de 487 kilos, concedido.

Castella regaló un séptimo con el que dio una nueva lección de reposo y gusto frente a un animal que no terminó por romper. Palmas de agradecimiento.