En su añeja imprevisión, el sistema taurino mexicano, a falta de una estructura sólida y un elenco competitivo, de repente decide colocar en los hombros de un joven torero todo el peso de la novillería nacional, haciendo depender de su desempeño el rumbo y el interés por los festejos chicos. Arriesgada fórmula con la que se quiere descargar en ese torero lo que no se ha sabido hacer durante años: contar con una baraja de muchachos con conocimientos, sello y celo propios, capaces de provocar el interés colectivo y de generar partidarismos cada vez que son anunciados. Durante años esto se hizo con buenos resultados, pero cuando la promoción del negocio taurino se confundió con mera terapia ocupacional, las cosas se desvirtuaron y la afición se alejó de las plazas.
Saúl Acevedo, quien fuera carismático novillero en sus mocedades y recientemente cuajara espléndida faena a un serio ejemplar de la ganadería de Piedras Negras en un festival en la plaza Jorge El Ranchero Aguilar, de Tlaxcala, me habla acerca de la popular frase que se convirtió en adjetivo calificativo: muy tres piedras. Se me hace significativo, apunta Saúl, el hecho de que un tema taurino “ haiga” sido durante años parte de la cultura popular de México. Sabemos que hay cantidad de palabras en el uso diario del español que provienen de la tauromaquia, sin embargo, no me viene a la mente un hecho taurino que haya sido popularizado como un calificativo y como tal se arraigara en nuestra cultura, tanto así que hasta para publicidad fue utilizada, así como en dos populares canciones.
De ranchero a diputado, con letra y música de M. Baumgarten, dice: De la punta de aquella montaña / se devisa mi tierra, / donde tengo un cariño tres piedras / que me tiene mareado; / por las tardes, a diario me espera / y como he de casarme con ella / le digo espere a que sea diputado. Así como la canción La mesera, popularizada por Los Tigres del Norte: En una fonda chiquita que parecía restaurante / me fui a comer unos tacos porque ya me andaba de hambre, / ya ven que el hambre es canija / pero más p’al que la aguante. / Se me arrimó una morena / que estaba requete tres piedras, / me dijo qué se le ofrece / puede pedir lo que quiera / señor estoy pa’ servirle / aquí yo soy la mesera.
Al decir del columnista panista Catón Estar tres piedras significaba estar muy bien, tener gran calidad, ser excelente. La frase tiene su origen en la fiesta de toros, que tantas locuciones ha aportado a nuestra habla común y que hasta los enemigos de la tauromaquia emplean sin conocer su origen: dar la puntilla; estar para el arrastre; ver los toros desde la barrera; abrirse de capa; echar muletazos, etcétera.
“Sucedió que en una corrida se lidiaron seis toros de diversas ganaderías. Cuatro de ellos salieron de bandera, o sea excepcionales, con casta, bravos, de embestida noble y con trapío, es decir buena presencia. Tres de ellos pertenecían a la ganadería de Piedras Negras y uno a la de Tepeyahualco. Cierto periódico informó acerca de esos toros con un titular entusiasmado: ‘¡Tres Piedras y un Tepeyahualco!’ Desde entonces la expresión ‘tres piedras’ quedó como calificativo para lo muy bueno. Por eso dice la popular canción que la morena que en ella se menciona estaba rete tres piedras.”
Volviendo al encabezado de esta nota, ¿de plano es un sueño guajiro pensar en la posibilidad de que la fiesta de toros en el país se rencauce hasta volverse tres piedras? ¿La afición va a seguir dependiendo de comisiones taurinas balines que no sirven absolutamente para nada? Pronto sabremos.