De 1928 a 2024
Por Gustavo Mares
El toreo es el espectáculo más joven de los espectáculos antiguos. Sus orígenes se remontan a la guerra entre moros y cristianos. Llegó a México hace más de cinco siglos y de alguna manera esta expresión cultural se mantiene vigente.
A lo largo de su historia ha evolucionado. Lo que comenzó como un entrenamiento militar se convirtió con el fin del conflicto bélico en un espectáculo que adoptó el pueblo.
Hasta antes de 1928, que se hizo reglamentario el uso del peto en España, los caballos salían al ruedo sin protección. Desde 1906 había voces que proponían la creación de una armadura para cuidar a los equinos.
Cuando entró en vigor el uso del peto, muchos revisteros y aficionados aseguraban que sería el fin de la tauromaquia, pero no fue así.
El principio fundamental del toreo radica en la emoción que genera ver a un hombre jugarse la vida delante de una fiera brava. Después surge el concepto de ‘arte’. Pero lo primero es esa emoción primitiva que tienen los seres humanos.
Hace apenas unos días comenzaron a soplar vientos de cambio en la fiesta brava mexicana. Una vez aprobada la reforma constitucional para considerar a los animales como seres sintientes, en las leyes secundarias se buscará que las corridas de toros ‘evolucionen’ hacia espectáculos sin sangre.
La polémica por la permanencia de la tauromaquia se encendió hace unas semanas cuando la presidenta Claudia Sheinbaum dijo que se analizaría el tema. Abiertamente se manifestó en contra, pero reconoció que en los pueblos hay gran arraigo.
En esta época ‘políticamente correcta’ un espectáculo en el que hay sangre, moscas y muerte no es bien visto. Por lo mismo, empresas que antes patrocinaban la tauromaquia ahora brillan por su ausencia. Pero resulta que el toreo, aunque manifestación popular, lo manejan empresarios de importante poder económico, que apoyaron en campaña a la actual presidenta.
Por el discurso oficial se intuye que no desaparecerá la tauromaquia, aunque ésta podría sufrir cambios.
Convertir el toreo en un espectáculo incruento es inviable en México porque no existe la infraestructura. Un festejo incruento supone que el toro no sea muerto a estoque en el ruedo, por lo que habría que sacarlo de ahí, pero para lograr esa labor hace falta instalaciones adecuadas, y al menos un bien entrenado grupo de cabestros.
Lo que es más viable es que así como hace casi un siglo se implementó el uso del peto la fiesta brava se adecue a los tiempos que corren.
Regular las suertes de varas y banderillas sería un punto a tratar. Adecuar el tamaño de la puya y quizá reducir el número de garapullos.
En lo que hay mayor polémica es en la llamada ‘suerte suprema’. Actualmente, por reglamento, el torero en turno tiene determinados minutos para oficiar con los aceros antes de escuchar los avisos.
La suerte suprema bien ejecutada puede resultar heróica, pero hacer del toro un ‘picadillo’ es inadmisible. En estos barruntos de cambio el futuro de la estocada determinará el porvenir de la tauromaquia.
Sustituir los minutos por oportunidades para tirarse a matar antes de escuchar un aviso podría funcionar. Prohibir la suerte suprema será la puntilla para la tauromaquia.
La fiesta brava es la representación misma de realidad y ésta no acepta susceptibilidades.
No descarte que en unos años pueda haber cambios sustanciales en la tauromaquia tal y como la conocemos ahora, pero por lo pronto, todo apunta a que el tema se irá aplazando por varios años, aunque eso sí, los profesionales taurinos no pueden bajar la guardia y delegar a otros sus propias responsabilidades.
Para finalizar, la pregunta de la semana: ¿Y el seguro de gastos médicos de la Asociación de Matadores para darles a sus socios una adecuada atención médica?