Columna El Viejo Gruñón: El toreo moderno: ¿Traición a la esencia o evolución necesaria?

El toreo moderno: ¿Traición a la esencia o evolución necesaria?

POR EL VIEJO GRUÑÓN

La tauromaquia, ese arte sagrado que ha definido la bravura y la pasión de generaciones, está en una encrucijada que pocos taurinos quieren admitir. Mientras las plazas siguen vibrando con olés y el aroma de la arena, una pregunta incómoda se cuela entre los tendidos: ¿es el toreo de hoy fiel a su espíritu original o se ha convertido en una caricatura domesticada para apaciguar a los nuevos tiempos? Este artículo no busca complacer a los antitaurinos, sino encender un fuego entre los propios aficionados, porque si no nos cuestionamos nosotros, los de afuera lo harán por nosotros.
La pureza perdida
Hagamos memoria. El toreo de antaño, el de Pedro Romero o Lagartijo, era un duelo a vida o muerte donde el toro era un adversario temido, no un colaborador. La casta brava, aquella que hacía temblar la plaza, parece haberse diluido en ganaderías que crían toros más dóciles, diseñados para el lucimiento del torero y no para el desafío. Según datos de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, en las últimas dos décadas, el peso promedio de los toros en plazas de primera ha disminuido un 10%, y la incidencia de toros devueltos por falta de trapío ha crecido un 15%. ¿Dónde quedó el toro fiero que ponía a prueba la hombría del diestro? ¿Es esto toreo o un ballet coreografiado para Instagram?
El torero estrella, ¿héroe o producto?
Y luego están los toreros. No se puede negar el valor de quienes se visten de luces, pero el culto a la personalidad ha transformado a muchos en divos más preocupados por los contratos publicitarios que por la pureza del arte. Las figuras actuales, con sus cuadrillas hiperprofesionales y sus faenas medidas al milímetro, parecen evitar el riesgo que definía a los grandes. ¿Cuántas veces hemos visto a un torero moderno jugarse la femoral como lo hacía Manolete? En X, los puristas no se callan: comentarios como “el toreo de hoy es postureo” o “prefiero un torero anónimo con huevos que una estrella de TikTok” reflejan una frustración creciente. ¿Hemos cambiado la épica por el espectáculo?
La plaza, un circo para turistas
Las plazas, esos templos del toreo, también están en el ojo del huracán. Las Ventas, Sevilla, México… lugares donde antes se respiraba solemnidad hoy se llenan de turistas que aplauden sin entender y graban stories para presumir. La entrada media en una corrida de primera categoría en España ha subido un 25% en cinco años, según el Ministerio de Cultura, haciendo que el aficionado de siempre, el que vivía la fiesta desde el tendido de sol, sea reemplazado por un público de paso que no distingue un natural de una chicuelina. ¿Es esto la Fiesta Nacional o un parque temático para guiris?
La sombra de la “modernización”
Lo más polémico, sin embargo, es la presión interna por “modernizar” el toreo. Algunos taurinos, en un intento de salvar la fiesta, proponen medidas que rayan en la herejía: corridas sin sangre, indultos automáticos o incluso simulaciones con toros mecánicos. Sí, has leído bien. En foros especializados y en X, estas ideas han desatado una guerra civil entre los que defienden la esencia a muerte y los que creen que hay que ceder para sobrevivir. Pero, ¿puede el toreo seguir siendo toreo sin la muerte en la arena? ¿O es esa sangre precisamente lo que lo hace único, lo que lo separa de un espectáculo cualquiera?
El desafío a los taurinos
Aquí está el meollo: si los taurinos no se plantan, el toreo se desangrará por dentro antes de que los antitaurinos lo prohíban. Hay que exigir ganaderías que críen toros con casta, no borregos. Hay que apoyar a los toreros que arriesgan, no a los que posan. Y hay que llenar las plazas con aficionados de verdad, no con curiosos de fin de semana. Pero cuidado: cuestionar esto no es traicionar a la tauromaquia, es defenderla. Porque si seguimos por este camino de concesiones y luces de neón, el toreo no morirá por una ley, sino por nuestra propia complacencia.
Conclusión
El toreo es nuestro, de los taurinos, pero nos lo están cambiando delante de nuestras narices. ¿Vamos a permitir que se convierta en un show para las masas o lucharemos por devolverle su grandeza? La plaza nos mira, y el toro, aunque sea más chico, sigue esperando. ¿Qué hacemos, aficionados?