Condición fundamental
Gustavo Mares
Tras la conclusión de la Feria de Abril, la Real Maestranza de Sevilla dio a conocer los premios a lo más selecto de la campaña. En este rubro, el diestro Juan Ortega, quien este mismo año se presentó en territorio mexicano, se hizo del trofeo ‘A la Mejor Faena’. El torero, apoderado por José María Garzón, atesora magia en sus avíos, porque por alguna extraña razón logra detener el tiempo.
Desde antes se comentaba la manera tan especial que el andaluz tiene para trazar el lance fundamental del toreo: la verónica. Sin embargo, durante su comparecencia en el coso ubicado a un lado del río Guadalquivir, demostró que también con la franela roja ‘juega con el cronómetro’.
Aunque en la tauromaquia hay muchas propuestas la ‘despaciosidad’ es una condición fundamental para trascender en este espectáculo en el que son más importantes las sensaciones que el número de orejas cortadas.
No en vano, el desaparecido criador español Álvaro Domecq Díez sentenció en su libro El Toro Bravo: ‘Despacio, como planean las águilas seguras de sus presas. Despacio, virtud suprema del toreo. Despacio, como se apartan los toros en el campo. Despacio, como se doma un caballo. Despacio, como se besa y se quiere, como se canta y se bebe, como se reza y se ama. Despacio’.
Más allá de estilos y propuestas, el toreo despacio es una maravilla dentro de la tauromaquia porque sumerge en una atmósfera en la que el tiempo parece ralentizarse, en la que cada pase es un poema escrito con el cuerpo. El diestro que torea despacio se convierte en un artista, un maestro del control y la estabilidad.
Es un don reservado para los más valientes, para los que tienen la paciencia y el temple para quedarse quietos mientras el toro embiste.
Torear despacio es algo más que una técnica, es una filosofía. Implica un nivel de valentía que va más allá de lo físico. El torero necesita una conexión profunda con el toro, un entendimiento que trasciende las palabras. En esa calma, el diestro puede controlar la situación, llevar al toro a su ritmo, crear una coreografía que es tan peligrosa como hermosa. Cada movimiento es un acto de precisión milimétrica, una muestra de respeto por el toro y por la tradición.
No es solo valentía lo que impulsa a un diestro a torear despacio, también es un homenaje a la tauromaquia misma. Es la paciencia para esperar el momento adecuado, para crear arte a partir del caos. Cada muletazo lento es un desafío a la ferocidad del toro y una declaración de amor por el arte. No es de extrañar que cuando un torero logra este nivel de control, el público contenga el aliento, porque saben que están presenciando algo especial.
La preparación física para torear despacio es diferente a la de otras disciplinas. Se trata de estabilidad y control, no de velocidad. Un torero no necesita correr rápido; necesita mantenerse firme, anclado al suelo, mientras el toro embiste. Como decía Paco Rabal en Juncal, ‘las prisas para los delincuentes y los malos toreros’. Para un buen diestro, la clave es la paciencia, la capacidad de mantenerse firme mientras el toro embiste. Y para hacer esto, se necesita un control increíble, tanto físico como mental y espiritual.
Cuando el torero ralentiza el ritmo, todo se transforma. La tensión aumenta, cada segundo se convierte en un momento eterno y el torero crea una danza con el toro que es tan peligrosa como cautivadora. Es en esa lentitud en la que se encuentran las grandes faenas, las que nos dejan sin palabras, porque se convierte en algo más que un espectáculo: es la esencia misma de la tauromaquia.
Dicen que en México existe un ‘toro artista’ que enseña el temple a los que vienen del otro lado del Atlántico. Tras su primera incursión en suelo azteca Juan Ortega dejó un grato sabor de boca. A su regreso, con mayores éxitos, podría ser el nuevo diestro consentido de nuestro país. Al tiempo.
Para finalizar, la pregunta de la semana: ¿Abrirá sus puertas la Plaza México en mayo?